
En los últimos años hemos visto cómo el auge de las redes sociales ha transformado no solo la forma en que las marcas se comunican con sus audiencias, sino también cómo se relacionan con sus propios equipos de trabajo. Cada vez es más común encontrar empresas que, en su intento por mostrarse cercanas y “humanas”, empujan a sus empleados a convertirse en embajadores digitales o influencers corporativos.
En teoría esto no suena tan mal, pero en la práctica no siempre funciona.
Y peor aún, puede tener consecuencias negativas para la comunicación interna, la cultura organizacional y la salud emocional de los equipos.
La presión silenciosa: “Vamos a grabar un TikTok, todos participamos”
A veces todo empieza con un correo aparentemente inofensivo: “para el lanzamiento del nuevo producto haremos unos TikToks súper divertidos. Todos participamos :)”
La carita sonriente no es opcional. Y aunque parece una invitación amigable, en realidad es una forma sutil de presión. Porque… ¿qué pasa si no quieres salir? ¿Si no te sientes cómodo? ¿Si simplemente no te ves bailando o haciendo playback frente a cámara?
La respuesta, en muchos casos, es el silencio incómodo o, peor aún, la etiqueta de “poco colaborador” o “falto de actitud digital”.

Influencers vs empleados: no confundamos los roles
Ser influencer es un trabajo real. Requiere habilidades específicas: comunicación efectiva, manejo de cámara, storytelling, edición de video, control emocional ante la exposición pública.
No es lo mismo ser buen contador, líder de ventas o experto en logística que ser un creador de contenido digital. Pedirle a cualquier empleado que improvise frente a una cámara sin formación es como pedirle al community manager que instale el cableado de la oficina.
Esta confusión de roles lleva a resultados pobres en comunicación, pero además afecta la confianza y la motivación de quienes se ven forzados a participar en dinámicas que no desean ni dominan.
Las consecuencias del forzamiento
Cuando la exposición en redes se convierte en una obligación, los efectos pueden ser más serios de lo que parece:
- Ansiedad: No todo el mundo se siente cómodo con su imagen pública.
- Falsedad: El contenido forzado se nota y genera rechazo en la audiencia.
- Deterioro de la cultura interna: Los equipos pueden sentirse instrumentalizados o desvalorizados.
Y lo peor: en algunos casos la participación en redes empieza a ser evaluada como parte del rendimiento laboral, algo tan ilógico como injusto.
Alternativas inteligentes: comunicar sin atropellar
La buena noticia es que sí hay formas inteligentes de crear contenido corporativo sin caer en estas trampas. Aquí algunas claves:
Identifica talentos internos reales: Siempre hay personas con carisma y ganas de participar. No obligues, identifica y potencia.
Ofrece talleres voluntarios: Brinda herramientas para quien quiera aprender, pero sin presión.
Usa voceros profesionales, actores o animaciones: Hay muchas maneras creativas de contar historias sin exponer a quien no quiere.
Respeta los límites: La comunicación debe ser un puente, no una cárcel.
El marketing debe ser humano, no forzado
Las marcas que entienden esta diferencia no solo comunican mejor, sino que fortalecen su cultura y su reputación interna y externa. En un mundo donde todo parece gritar por atención, a veces la mejor estrategia es saber cuándo no obligar y cuándo respetar los silencios. A continuación nuestro pódcast al respecto en CEREBRO Y MARCA.