




La relación entre política y moda es profunda, estratégica y, aunque muchas veces pasa desapercibida, tiene un impacto directo en la percepción de los ciudadanos. La vestimenta de un líder no es un asunto superficial ni un detalle estético. Es parte de su narrativa, de su identidad pública y de su capacidad para conectar con distintos segmentos de la población.
Desde Zelenski con su icónica camiseta verde militar, pasando por Bukele y su estética juvenil, hasta Merkel y su colección de blazers monocromáticos, el vestuario en política funciona como un lenguaje simbólico que dice quién es el candidato, qué valores defiende y desde qué lugar quiere ser percibido.
Hablar de moda es hablar de poder, de comunicación no verbal y de estrategia.
La moda como herramienta de comunicación política
La vestimenta es uno de los elementos más influyentes de la comunicación no verbal de un político. Antes de emitir una palabra, la ropa ya está transmitiendo un mensaje: autoridad, cercanía, confianza, austeridad, rebeldía o incluso modernidad.
La ropa de un líder no es cosmética, sino un atajo neurológico para juzgar poder, confianza y cercanía. En el vestuario se psicología social, sesgos cognitivos y lenguaje no verbal.
¿Qué procesa el cerebro cuando ve a un líder?
- En segundos, el cerebro hace juicios rápidos sobre dos cosas: si esa persona parece competente y si parece cálida/cercana; la ropa, el peinado y los accesorios alimentan esos juicios antes que el discurso.
- Esos juicios se apoyan en atajos (heurísticos): traje oscuro y bien cortado se asocia con autoridad y profesionalismo; prendas muy informales o descuidadas pueden leerse como falta de control o baja seriedad, según el contexto
En política, la moda cumple funciones estratégicas. Por ejemplo, un traje oscuro y sobrio puede comunicar solvencia y seriedad, mientras que una camisa remangada transmite empatía y disposición al trabajo. Los colores también son un recurso político: el azul se asocia con estabilidad, el blanco con transparencia, el verde con sostenibilidad.
Cada elección de vestuario contribuye a la construcción de un relato. Por eso los estrategas consideran la moda como un recurso narrativo que moldea la credibilidad y humaniza o fortalece al candidato según las necesidades del momento.
Nuestro cerebro no espera al programa de gobierno. Ve el traje, los zapatos, el peinado, y en milésimas ya decidió si esa persona parece un jefe fiable, un amigo cercano o alguien poco serio
Evolución histórica: cómo ha cambiado la moda del poder
La estética del poder ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Durante gran parte del siglo XX, la imagen del político estaba asociada a la formalidad extrema: traje, corbata, zapatos negros y códigos estrictos. Ser serio era parecer serio.
Con la llegada de figuras como John F. Kennedy, la política empezó a flexibilizar algunos códigos, reflejando cambios culturales más amplios. JFK renunció al sombrero, un gesto aparentemente simple que marcó un antes y un después.
El sombrero en un traje masculino simboliza una variedad de conceptos, como estatus social y profesional (especialmente en el pasado), elegancia y sofisticación, y protección personal tanto física como psicológica. También puede representar la afirmación de la identidad, la pertenencia a un grupo y puede funcionar como una «corona» metafórica que eleva la figura del hombre.
Psicología del vestuario político
La moda política funciona como un código visual: comunica ideología (tradicional vs. rupturista), clase social, generación y género; es una forma de “hablar” sin palabras, pero con símbolos que el elector reconoce culturalmente.
La imagen del poder se construye repitiendo ciertos códigos: sobriedad para transmitir estabilidad, minimalismo para proyectar austeridad, lujo visible para enfatizar éxito y estatus, o elementos “de calle” para reforzar conexión popular.
Cuando un político elige un tipo de traje, un corte de cabello o un accesorio, está escogiendo un alfabeto visual. Le dice a su público: ‘soy uno de ustedes’, ‘soy distinto al sistema’ o ‘soy la autoridad’ sin pronunciarlo”.
El concepto de “uniforme político”
Patricia Centeno en su libro Politica y moda, la imagen del poder desarrolla el concepto de uniforme politico y lo describe como es ese conjunto de elementos que se repiten hasta convertirse en la piel visual del líder: tipo de traje, ausencia o presencia de corbata, gama de colores, tipo de gafas, zapatos, incluso peinado.
La repetición de ese uniforme refuerza la marca personal: facilita el reconocimiento, da sensación de coherencia y reduce disonancias entre lo que el líder dice y lo que el público ve; cuando hay ruptura brusca (por ejemplo, cambiar radicalmente de estilo), el cerebro percibe inconsistencia.
Igual que una marca comercial tiene logo y paleta de colores, un político tiene un ‘uniforme’ que su audiencia aprende a leer. Si el discurso dice ‘soy cercano y moderno’ pero el uniforme grita ‘lejano y rígido’, el cerebro se queda con lo que ve, no con lo que oye”.
La ropa activa juicios psicológicos inmediatos. El ciudadano evalúa a un político en segundos usando atajos mentales basados en apariencia. Es un proceso inconsciente, pero decisivo.
Casos actuales
La política contemporánea ofrece numerosos ejemplos de cómo la moda se convierte en narrativa.
Volodímir Zelenski: Ha construido un imaginario de resistencia a través de su camiseta verde militar. Su estética no es casual: comunica lucha, presencia en el territorio y un mensaje claro de “estoy aquí con ustedes”.
Nayib Bukele: Ha utilizado el street style —gorras, tenis, chaquetas— para quebrar parámetros tradicionales. Su ropa responde a su narrativa de “outsider” y líder joven que no pertenece a la política clásica.
Angela Merkel: Usó sus blazers como un sello propio que reforzaba austeridad, estabilidad y profesionalismo.
Cómo diseñar la imagen de un candidato hoy
Diseñar el vestuario de un candidato implica construir una estética coherente con su relato político. Primero se define la identidad: ¿es un líder técnico?, ¿un renovador?, ¿un rebelde?, ¿un conciliador?, ¿un gestor cercano? Luego se alinean los elementos visuales: colores, cortes, texturas y estilo general. La coherencia es clave; no se trata de disfrazar al candidato, sino de potenciar su relato natural.
La ropa se adapta al territorio: un mismo candidato no debe vestir igual en una plaza pública que en un debate televisado. Tampoco debe exagerar. El límite entre autenticidad y teatralidad es delgado, y cruzarlo genera rechazo. Por último, la estética debe pensarse para cámara: las campañas hoy son visuales, y la ropa tiene que funcionar en foto, video, redes sociales y eventos presenciales.
Los invitamos a ver a continuación el pódcast de Cerebro y Marca en NCN Pódcast en esta temporada llamada Las entrañas de las campañas.



