


La rivalidad entre Pepsi y Coca-Cola es una de las más emblemáticas en la historia del marketing y los negocios. Más que una simple competencia por vender bebidas gaseosas, esta disputa ha sido una lucha por el dominio cultural, emocional y simbólico en la mente del consumidor. Durante más de un siglo, ambas marcas han protagonizado una batalla constante por el liderazgo del mercado global de refrescos, pero fue en los años 80 del siglo XX cuando Pepsi logró uno de sus mayores golpes estratégicos: una audaz campaña publicitaria que cambiaría las reglas del juego.
En pleno auge de la cultura pop, Pepsi apostó por una estrategia agresiva que la desmarcara de la imagen tradicional y conservadora de Coca-Cola. Así nació la campaña “Pepsi: The Choice of a New Generation” (Pepsi: la elección de una nueva generación), en la que la marca buscó conectar directamente con la juventud, el cambio y la innovación. La clave de esta campaña fue el fichaje de algunas de las estrellas más grandes de la música del momento, incluyendo a Michael Jackson, Lionel Richie y Madonna. Con ellos, Pepsi no solo promocionaba un producto, sino que se asociaba con la energía, el estilo y la rebeldía de una generación que buscaba diferenciarse de la anterior.
La contratación de Michael Jackson, en particular, fue un movimiento histórico. En 1984, Pepsi firmó un contrato multimillonario con el Rey del Pop para protagonizar una serie de anuncios que combinaban música, espectáculo y marca de una forma nunca antes vista. El más recordado mostraba a un grupo de niños imitando a Jackson al ritmo de una versión adaptada de “Billie Jean”, culminando con la aparición del artista y el lema de la campaña. Esta asociación llevó a Pepsi a un nuevo nivel de reconocimiento y simpatía, captando a un público joven que empezaba a influir fuertemente en las decisiones de consumo.


Mientras tanto, Coca-Cola, aunque aún dominante en el mercado, se vio obligada a reaccionar. La compañía lanzó “New Coke” en 1985, un intento por modernizar su fórmula y acercarse a las preferencias del nuevo consumidor. Sin embargo, este cambio fue mal recibido por el público, que lo percibió como una traición a la identidad de la marca. Paradójicamente, el fracaso de New Coke terminó fortaleciendo la conexión emocional del público con la fórmula original, rebautizada como “Coca-Cola Classic”. Este episodio demostró cómo la presión ejercida por Pepsi obligaba a Coca-Cola a innovar, incluso si el resultado no siempre era exitoso.
A lo largo de las décadas, esta rivalidad ha beneficiado a ambas marcas. Pepsi necesitaba a Coca-Cola como el gigante al que desafiar, el símbolo del status quo que ella podía romper. Coca-Cola, por su parte, necesitaba de Pepsi como ese competidor que la mantenía alerta y la empujaba a evolucionar. En ese equilibrio entre competencia feroz y necesidad mutua, ambas empresas lograron mantenerse vigentes, relevantes y en constante reinvención, marcando generaciones enteras con sus campañas, jingles y batallas de marketing.
En definitiva, la campaña de Pepsi en los años 80 no solo le dio una identidad propia frente a su eterno rival, sino que también cambió para siempre la forma de hacer publicidad. Convirtió a las celebridades en portavoces de marca de una manera que pocas veces se había visto antes, y redefinió el papel de la cultura popular en la construcción del valor de una empresa. Pepsi y Coca-Cola, más que rivales, son como dos polos opuestos que se necesitan para mantener la chispa encendida.